Absurdamente violenta y vacía.
Address Unknown intenta construir un retrato desgarrado de la Corea de la posguerra, centrado en los traumas heredados de la ocupación estadounidense y en la marginalidad social. Sin embargo, la película naufraga estrepitosamente al combinar una violencia absurda con comportamientos totalmente inverosímiles y una galería de personajes que rozan lo caricaturesco. El resultado es una cinta que no solo ha envejecido mal, sino que hoy provoca una mezcla de desconcierto, rechazo y, en ocasiones, risa involuntaria.Kim Ki-duk toma aquí algunos de los peores elementos de su anterior Wild Animals —el tono forzado, los estallidos gratuitos de brutalidad, la narrativa errática— e intenta compensarlos con ciertas virtudes ya vistas en Birdcage Inn, como la ambientación áspera o los silencios significativos. Pero el equilibrio no se alcanza en ningún momento. La película se siente descompensada, artificiosa y completamente incapaz de generar empatía.
Algunas escenas son tan exageradas que acaban resultando cómicas, aunque claramente no era esa la intención del director. Lo que tal vez hace más de dos décadas pudo parecer provocador o incluso rompedor, hoy se percibe como una acumulación de excesos y de simbolismos burdos, que buscan conmocionar pero solo logran alienar al espectador.
Address Unknown es, en definitiva, una de las obras más fallidas de la filmografía de Kim Ki-duk. No solo por su torpe ejecución, sino porque encapsula muchas de las flaquezas de su cine: el abuso del sufrimiento como recurso dramático, la gratuidad del dolor físico y emocional, y una visión del ser humano que roza lo misántropo sin aportar verdadera profundidad.
Mi nota: **
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